El 12 de diciembre, Día de la Virgen de Guadalupe
El milagro de la cuarta aparición de la Virgen el 12 de
diciembre de 1531, se celebra desde entonces con gran devoción; pero la primera
noticia que tenemos de su festejo oficial es de 1667, cuando por bula del Papa
Clemente IX se instituye el 12 de diciembre como día de fiesta en honor de la
Virgen de Guadalupe. Para 1824 el Congreso de la Nación declara el 12 de diciembre
como fiesta nacional. En 1988, la celebración litúrgica de la Virgen de
Guadalupe fue elevada al rango de fiesta también en todas la diócesis de los
Estados Unidos de América.
Actualmente se han multiplicado las expresiones de amor
guadalupano, los peregrinos que celebran a la Virgen en La Villa suman
aproximadamente los dos millones.
Año con año, los festejos se inician en la víspera del 12 de
diciembre, con la interpretación de “Las Mañanitas” por parte de artistas
famosos que hacen homenaje a la Virgen Morena. Mientras tanto, a pie o en
autobuses, coches y bicicletas, los peregrinos se van sumando, hasta ocupar por
completo la basílica entera y el gran Atrio de las Américas, en uno de los
actos de fervor religioso más notables del continente, con el fin de rendir
tributo a la Virgen de Guadalupe en su día.
Como ya es tradición, las celebraciones comienzan desde el
día 11 de diciembre a las 18:45 hrs con la serenata popular a la Virgen de
Guadalupe, seguida de distintos homenajes hasta las 24:00 hrs cuando se entonan
las tradicionales Mañanitas. Toda la madrugada y hasta las 20:00 hrs del 12 de
diciembre continúa una serie de misas entre las cuales, la más importante es la
dedicada a la Celebración y Bendición de las Rosas, al punto del medio día.
Historia
Nuestra Señora de Guadalupe es una advocación mariana de la
Iglesia católica, cuya imagen tiene su principal centro de culto en la Basílica
de Guadalupe, en el norte de la ciudad de México.
De acuerdo a la tradición mexicana,1 la Virgen María de
Guadalupe se apareció cuatro veces a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro
del Tepeyac. Según el relato guadalupano conocido como Nican mopohua, tras una
cuarta aparición, la Virgen ordenó a Juan Diego que se presentara ante el
primer obispo de México, Juan de Zumárraga.
Juan Diego llevó en su ayate unas
rosas ―flores que no son nativas de México y que tampoco prosperan en la aridez
del territorio― que cortó en el Tepeyac, según la orden de la Virgen. Juan
Diego desplegó su ayate ante el obispo Juan de Zumárraga, dejando al
descubierto la imagen de Santa María, morena y con rasgos mestizos.
Las mariofanías tuvieron lugar en 1531, ocurriendo la última
el 12 de diciembre de ese mismo año. La fuente más importante que las relata es
el Nican mopohua, atribuido al indígena Antonio Valeriano (1522-1605) y
publicado en 1649 por el presbítero Miguel Sánchez en su libro Imagen de la
Virgen María Madre de Dios de Guadalupe, contribuyendo a divulgar ampliamente
la devoción guadalupana.
Historia en la Iglesia Católica
Según la tradición católica, el santo Juan Diego
Cuauhtlatoatzin ―a quien en 1990 Juan Pablo II tituló «el confidente de la
dulce Señora del Tepeyac»― nació en 1474 en Cuauhtitlán, entonces reino de
Texcoco, perteneciente a la etnia de los chichimecas. Se llamaba
Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba «águila que habla», o «el
que habla con un águila».
Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los
padres franciscanos llegados a México en 1524, recibió el bautismo junto con su
esposa María Lucía. Celebrado el matrimonio cristiano, vivió castamente hasta
la muerte de su esposa, fallecida en 1529. Hombre de fe, fue coherente con sus
obligaciones bautismales, nutriendo regularmente su unión con Dios mediante la
eucaristía y el estudio del catecismo.
El 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a
Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de la Virgen
María, que se le presentó como «la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre
del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al Obispo
capitalino el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en
el lugar de la aparición.
Como el Obispo no aceptó la idea, la Virgen le pidió
que insistiese. Al día siguiente, domingo, Juan Diego volvió a encontrar al
prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas
en confirmación del prodigio.
El 12 de diciembre de 1531, mientras el santo se dirigía de
nuevo a la Ciudad, la Virgen se le volvió a presentar y le consoló, invitándole
a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas
a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego
encontró unas flores muy hermosas.
Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y
se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba
de veracidad. Una vez ante el obispo el santo abrió su «tilma» y dejó caer las
flores mientras que en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen
de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón
espiritual de la Iglesia en México.
El santo, movido por una tierna y profunda devoción a la
Madre de Dios, dejó a los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el
permiso del Obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la
«Señora del Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida
de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en
basílica, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen
de Guadalupe.
En espíritu de pobreza y de vida humilde Juan Diego recorrió
el camino de la santidad, dedicando mucho de su tiempo a la oración, a la
contemplación y a la penitencia. Dócil a la autoridad eclesiástica, tres veces
por semana recibía la Santísima Eucaristía.
En la homilía que Su Santidad pronunció el 6 de mayo de 1990
en ese Santuario, indicó cómo «las noticias que de él nos han llegado elogian
sus virtudes cristianas: su fe simple [...], su confianza en Dios y en la
Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza
evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de
humildad».
Juan Diego, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta
estima entre sus contemporáneos que estos acostumbraban decir a sus hijos: «Que
Dios os haga como Juan Diego».
Juan Diego murió en 1548, con fama de santidad. Su memoria,
siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, atravesó los
siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.
El 9 de abril de 1990, ante Su Santidad fue promulgado en
Roma el decreto De vitae sanctitate et de cultu ab immemorabili tempore Servo
Dei Ioanni Didaco praestito. El 6 de mayo de 1990, en esa Basílica, Juan Pablo
II presidió la solemne celebración en honor de Juan Diego, decorado con el
título de beato.
Precisamente en aquellos días, en la misma arquidiócesis de
la ciudad de México, tuvo lugar un hecho extraordinario que la Iglesia católica
atribuyó a la intercesión de Juan Diego, con el cual se abrió la puerta que
condujo a la actual celebración.
En las palabras de Juan Pablo II, Juan Diego
«representa todos los indígenas que reconocieron el evangelio de Jesús».
Finalmente, Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue canonizado por el propio Juan Pablo
II en una celebración realizada en la ciudad de México, el miércoles 31 de
julio de 2002, durante uno de sus viajes apostólicos.
Fuente: mexicodesconocido.com.mx/wikipedia.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario